Experiencias
El viaje de las Luces y las Sombras
Me está costando pararme a escribir.
Me veo muy atareada, muy comprometida con mis rituales y ritmos, con la oración constante de ser implacable ahora. Con el férreo compromiso de confiar, confiar en mi mente y mi cuerpo. En todos los recursos que me he demostrado hasta ahora.
Pararme es darle lugar a muchas cosas, y supongo que siento algo de temor al hacerlo.
Hace menos de dos semanas, un día 12 de marzo a las 7 de la mañana, aterrizaba después de un viaje de más de 17 horas desde Indonesia. En menos de un día se avisaba el estado de alerta.
¿De dónde venía? De un viaje que, como todo, tuvo luces y sombras.
Las luces: bellos paisajes, un grupo de personas maravillosas, el yoga, la comida, el humor, los colores, los animales, la luz, los y las balineses y su amabilidad.
Una amabilidad que sobrevivía serena cuando en una moto viajaban, sin exagerar, 4 miembros de una familia. Una amabilidad que siendo pobre nunca era mísera.
Un sociedad donde importa más el colectivo que el individuo, tanto que tu primer nombre es simplemente el orden de nacimiento: Putu o Wayan si eres el primero, Made si eres el segundo, Komang si eres el tercero y Ketut si eres el cuarto (recordándonos el sanador de “Come Reza y Ama”).
Aquí queremos todos y todas ser “Putu” todo el día.
Los rituales y las ofrendas toman las calles, las ofrendas a todo y a todos. Una media de 100 ofrendas. Y a nosotros nos cuesta dar las gracias.
Vi la belleza de pertenecer a un grupo que no juzgaba y que vivía su experiencia en discreto baile de intimidad y compartir.
Y estaban las sombras, a mis amigas les gustó mucho una frase que me salió en la despedida: “que la fantasía no te impida ver la realidad, que la realidad no te impida soñar”. Porque el arte de ver lo feo sin entrar en ser un cenizo y ver lo bello sin estar colgado, es eso, todo un arte.
Si vemos las sombras, tuve 3 días heridas en las piernas, por la noche me despertaba sobresaltada. Pasábamos muchas horas en un autobús y muchas estábamos mareadísimas. Ubud estaba hecha para el consumo turístico. Indonesia es un estado bastante totalitario y patriarcal. Lluvias torrenciales todos los días, los turistas damos bastante asco…
Los últimos 3 días los pasé por mi cuenta, uno de movimiento y los otros dos elegí un hotel encima de un acantilado en plena naturaleza, un pastelito. Bien, mi agitación nocturna no pasó. En mi cabeza sonaba esto: “pero si estoy en el sitio más bonito del mundo y no puedo estar así, tengo que estar muy feliz”.
Por otro lado, qué humor tiene la vida, cuando subía la marea: estábamos aislados. Básicamente, miraba la tormenta tipo fin del mundo por la ventana.
Y ya para rizar el rizo, decidí experimentar con el surf, así que salí de mi salvaje encierro y con un adorable profe local di mi primera clase de surf. 10 kilometro de basura, por 2 metros de profundidad. Nunca en mi vida había remado con mis manos entre mierda. Botes de plástico, latas, objetos grandes pequeños y ninguno orgánico. “La época de lluvias”, decían.
Tras un par de olas, tuvimos que volver tras el peligro de meternos algún micro plástico en los oídos. No soy quién para decir que nos merecemos este encierro, pero esa imagen me lo hizo plantear.
Por lo que dentro de lo que cabe al regresar a España, con toda mi mochila emocional que creía ligera, sentía cierto alivio, tenía mucho que resolver. Muchas cosas me despertaban por la noche, emocionales, de proyecto de vida…
Y, ¡zas! La cruda, dura, loca, increíble, realidad.
Tenía pocos días de margen de decisión, si quería pasar la cuarentena sola, acompañada, si podía ver más o menos dónde.
Y aquí estoy, mis dudas por ahora se han disipado. La inquietud se cambió por otra, que ha ido serenándose.
En el reino de mi casa voy atendiendo a mis pacientes-clientes. Estoy en mí.
A veces me enfado, a veces siento miedo, al final del día estoy muy muy cansada. He bailado, me siento amada, amo. Me enfado… Pero esta vez el enfado lo uso –volviendo al principio de este cuento- como un fuego poderoso. Ese fuego poderoso que me repito cada instante que, de esta saldré mejor persona, más amorosa, más fuerte. Que en este momento aparecerán todas mis sombras como mis luces. Y quiero aprovecharlo.
No soy omnipotente, tampoco impotente. Puedo elegir, yo siento libertad dentro de mí.
Así que, queridos y queridas, si teníamos miedos y sombras debajo de la alfombra, aparecerán. A la soledad, a enfermar, a compartir, a la muerte, al vacío, a la pobreza… Tocarán nuestra puerta.
Tocará también nuestra ira, orgullo, nuestro egoísmo, nuestra crueldad, nuestra ignorancia.
Y con eso, con nuestra cara menos bonita, habrá que vérselas. Nada de retiros en Bali, o de Ashrams… Aquí lo tienes. Aquí quedaremos todos y todas en bragas con lo que somos.
Yo quiero aprovecharlo.
También con lo más bello, con bailar con la conexión del corazón, con la humildad, con la creatividad, con la paciencia, con el gozo, con el juego, con la unión, la entrega, la generosidad.
Con la luz que me está iluminando a mí ahora, la potencia del aquí y el ahora y el fuego del compromiso conmigo.
Así que cree, cree con fuerza. Bendice todo lo que estás haciendo.
Si puedes, mira con ternura este cuerpo-ser tuyo desnudo.
Te abrazo
2 comentarios
Meritxell Defez
Guauuuu….me ha encantado, preciosa!!! Tienes la capacidad de plasmar tus visiones y experiencias dotándolas de una emoción sincera!!! Eres guay…o como tú dirías…eres Bien!! Y que no cambies tu esencia aunque sigas en esa incesante búsqueda y en pleno aprendizaje vital!!! Un abrazo grande!!!
Ester
Creo que siempre he tenido miedo de la enfermedad y de la muerte , de mis seres queridos en particular. ahora no tengo miedo ,siento rabia.