Sexología
“CARIÑO, MIRA LO QUE ESTÁS HACIENDO”. Un testimonio de un proceso terapéutico
V. MUJER. 32 años
Seamos honestas. Para dedicarse a esta profesión hay que tener, lo que vulgarmente se dice (que no freudianamente), un buen ego. Porque para creerse capaz de acompañar alguien en algo tan líquido como su búsqueda, hay que ser… Particular.
Lo bueno es que la medicina está cerca. Cada persona trae su ovillo, que no es igual a ningún otro. Los dolores son los mismo, pero no son iguales los ovillos que hacemos con ellos.
Hace poco, cerramos un periodo de 4 años de acompañamiento con V. Poderosa mujer que hace poco cumplió sus 32 primaveras.
Para mí, estar con V ha sido acompañarla a descubrir su primavera. V ha sido un hueso duro de roer. Pero en los huesos es donde está toda la información del ser y, de los huesos más grandes, se hacen los mejores caldos. Ha entrenado mi amor incondicional, y ha sido un tremendo honor estar a su lado.
¿Qué haces cuando te llega una mujer fuerte, retadora, inteligente, académica, activista y transgresora?, ¿qué haces cuando utiliza más “palabros” que tú?
Y es que, a veces, nuestros dones mentales y sociales pueden esconder muy bien nuestras heridas, y también nuestras mayores ternuras.
Con V hacíamos el “humor” muy bien, como diría Ana Sierra. Su mente rápida y analítica ahí estaba al acecho para seducirme.
Y, entonces, abrió su puerta ante lo incognoscible, hacia aquello que no tiene libro, ni cita, ni nota a pie de página.
V, qué viaje a lo que sí puede ser. A lo tierno, a lo corpóreo. Descubrí una mujer con una forma de amar con la A grande, sabia, que perdona. Que creo firmemente que ha sanado su árbol a través de la revolución que es ella.
Ha puesto amor, donde otros ponían… No ponían amor.
Y, la verdad, me rindo ante esa capacidad. Ese viaje que tenemos todas desde lo denso doloroso hacia, poco a poco, colocarnos en lo ligero y luminoso.
Estar donde hay.
A mí V me ha hecho muchos regalos. El que se ha hecho ella, para mí, es confiar y soltar el duelo a espada. Aunque siempre será una leona (o espero). Y este regalo que me ha hecho de sí, hoy quiero compartirlo. Gracias, V.
Porque, con su aguda mirada y palabra, os mostrará cosas que sí tiene un proceso.
Dejaros llevar.
Yo decidí en verano de 2016 que ya estaba bien de tener ese monstruo negro dentro de mí, que ya estaba bien de sentirme frustrada, violada, violentada, menospreciada, sentir que no podía acceder al placer, sólo al dolor. Ya estaba bien de no pedir ayuda y de pensar que no podía aprender nada porque ya le había dado vueltas a todo tantas veces que la tuerca no encajaba más.
Llegué a Delfina por puro azar, en una conversación en un bar con alguien que casi no conocía, en el momento y lugar preciso.
Las primeras sesiones fueron frustrantes para mí, no sabía muy bien a qué iba, pensaba que ella me tenía que escuchar y validar todo lo que yo ya había pensado y analizado, pero… No.
Con el tiempo me di cuenta de que una parte muy importante es interpelarte a ti misma, es sacarte de tu lógica; esa tan organizadita, tan bien argumentadita, tan insertada en tus distintos momentos vitales que hacen un montaje perfecto, una narrativa dominada, coherente. Pues no.
Esto iba de otra cosa, esto iba de aprender, de equilibrar partes de mí, de pasar por el cuerpo cuando era tan mental que viviseccionaba la emoción, de dejar de tragarme el llanto en un acto involuntario, en un acto resorte que apagaba mi intensidad.
Esto iba de otra cosa que era un reto. Dentro y fuera de la consulta.
Dentro, era un reto y un espacio de seguridad. Fuera, una responsabilidad, un compromiso y un viaje.
Si yo hubiera entrado pensando que estaría 4 años de proceso terapéutico, seguramente no lo hubiera empezado, por el miedo al compromiso, por la carga económica, por el miedo a fracasar, porque igual no es para tanto, porque con leerme dos libritos y charlar con mis amigas feministas igual ya lo tengo, porque, porque… Menos mal que se va haciendo camino al andar.
Este viaje a mí me ha cambiado la vida, me ha permitido volver a enraizarme. Esa sensación de que has perdido tu centro y una parte muy nuclear, una parte de tu alma se ha quedado dislocada de ti, no sabes dónde, ni cómo ni cuándo, tan solo que desde hace años experimentas un desasosiego que era nuevo y con el tiempo lo que dejas de recordar es cómo te sentías viviendo conectada contigo misma, sin ninguna sensación en el estómago que nos hable del abismo “si pasa esto o lo otro”.
Para mí, este proceso me ha permitido aprender, crecer, sanar infinidad de relaciones, entre ellas relaciones tan importantes como las de mi familia. Ser más capaz de ponerle fin a las que no me aportan nada, saber que tengo las herramientas para superar cualquier adversidad, y que si siento que no las tengo, puedo pedir ayuda.
Cuatro años dan para mucho. Yo me quedo con la presencia, con el cuidado, con el vínculo seguro y con el acompañamiento que te hace crecer, que te interpela, que te devuelve la imagen distorsionada que estás performando en “la realidad”. Ese personajazo que a veces nos acompaña y ni lo sabíamos. Y ahí estaba mi terapeuta para poner el espejo y decirme, “cariño, mira lo que estás haciendo”.
No sé ustedes, pero yo, no tengo más que añadir.
Delfina Mieville
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