Experiencias
Perder la cola
Esta frase ha sido el resultado de destilar una experiencia que voy a compartir. Cómo de lo cotidiano, a veces, se sacan increíbles aprendizajes.
Esta es la historia de mi Gueco.
Para quien no me conozca, amo los animales. No puedo llamarme animalista porque no cumplo con lo que para mí es serlo (ahora como carne y no siempre tengo cuidado con los orígenes de las cosas), pero son seres a los que no considero inferiores a nosotros y que me conmueven de sobremanera. Ahora bien, tengo fobia a los reptiles. Me las apaño con las ranitas pequeñas, las lagartijillas… Poco más.
Y si hablamos de serpientes, ni os cuento. Es un miedo-asco profundo. Los guecos han poblado mis recuerdos de verano sin más, con cierta ternura.
Capítulo 1. Asco – Amor
Siempre he sido más canina que felina, pero las cosas se han dado para que sea madre gata.
Bien, la historia empieza en una fresca noche de finales de verano y principios de otoño con el menor, más alegre, salvaje y nervioso de la tribu gatuna: Xangó (solo con él sería posible escribir todo un libro de experiencias terapéuticas).
De las pocas noches que paré a ver la tele, con el rabillo del ojo veo como el chaval entra de la tarraza con algo en la boca. En mi inconsciente algo se iba montando, ya que en mis mañanas de Qi Qong había visto, entre las plantitas, a un pequeño gueco (salamanquesa o como se llame) que me daba ternura. “Que no sea el gueco, por Dios”.
Intuyo unas patitas saliendo del hocico de mi bruto hijo (hasta ahora las torturas se limitaban a saltamontes y polillas). Me levanto hacia él pensando y murmurando “que no sea el gueco, que no sea”, “ay madre, ¿y si está despiezado ya?”, “Ay, pobre”, “dios, qué asco”, “aaarh”. Y sí, era el gueco, al que, por lo visto, por entonces solo le faltaba la cola. Escalofríos, pena…
No creo tener un carácter miedoso, por eso esta historia me resulta tan llamativa.
Llamo a mi pareja con voz de niña de 5 años, le pongo en altavoz, y, con su voz de apoyo, voy haciendo mi labor de rescate.
“Dios qué pena, dios pobre, dios qué mono, madre qué asco”.
En una cajita de té, lo llevo hasta la terraza y lo suelto en una jardinera. Cuando me voy, vuelvo a ver si lo dejé bien, y el pobre está tan malito que lo he dejado haciendo el pino. A moverlo otra vez.
“Dios qué pena dios pobre, dios qué mono, madre qué asco”.
Vi cómo el amor puede al asco y al miedo y que puedo sentir amor y asco. La compasión y el amor, superaron al asco. (También porque era un animal que no me iba a atacar, y dependía de mí ayudarle o no).
De hecho, al día siguiente me desperté toda contracturada del esfuerzo y la tensión. Por un gueco, ya veis.
Pero el miedo es muy libre. Y el asco también.
Las cosas, las relaciones, a veces no son “o”, son “y”. Quiero salvarte, qué mono eres y qué asco me das. No siempre es posible que nuestro amor apacigüe nuestras reacciones. Pero es hermoso ver cómo coexisten. Y ver cómo despertaban una Delfina niña, miedosa y valiente.
Capítulo 2. Muerte – resurrección – muerte
Durante la siguiente semana, el chico me mata a sustos y alegrías de encontrarlo muerto y estar vivo, con pequeñas apariciones diarias. Aunque está débil, queda bautizado como Muchachito. Y ocupa mucha atención en mi día.
Capítulo 3. Perder la cola
Entre idas y venidas, os revelo el final de la historia: tras otro accidente, muere y es enterrado, honrosamente por mi mejor amigo, por mi pareja y la menda.
Ha traído mucha ternura a casa, más unión a la pareja, que a la vez supera sus ascos para cuidarme. Porque sabe que el bichín me mueve cosas y que es importante para mí.
En esos días aparecen dibujos y graffitis de guecos y busco el significado: limpieza, autocuidado. Estos chicos son capaces de soltar una parte de sí para sobrevivir.
A veces nos morimos por no perder la cola.
La cola es una parte de mí. Puedo sobrevivir, puede que vuelva a crecer, pero es traumático. El gueco no se agarra a su cola, la suelta para sobrevivir. Se cuida, está al sol, entran en brumación (tipo de hibernación de estos animales).
Nuestra cola pueden ser cosas materiales, (quién se queda con el coche). Pero las más profundas son aquellas cosas que sí voy a perder ahora por alejarme. Puede ser que pierda la presencia de amigos o la seguridad laboral al mudarme de país.
El gueco no está en un tira y afloja con un gato, como hacemos nosotros-as. Suelta su cola, renuncia a salvarla y corre a cuidarse.
Y qué decir en las relaciones… Al alejarme de ti, pierdo tu amor por mí, tu protección, cualquier cosa que fuera ya parte de mí, aquello que físicamente y emocionalmente, me quedo sin. Aunque luego me crezca o sepa apañármelas sin ello.
En los duelos hay un tiempo sin cola. En las parejas tenemos muchas colitas con el otro-a. La protección, la atención, el estilo de vida, sentirme deseado-a. A veces, se puede hacer más suave, de más a poco. Otras, hay que saltar del barco.
Existen personas que saben perder la cola a la primera amenaza (incluso fútil), y otras que se juegan hasta las patas o, cuando menos, salen más perjudicadas.
Y, lo más impactante, es estar dispuesta a perder la cola para ganarme a mí. En ese momento, donde la trampa es el análisis y la rumiación. Donde la salvación es ese vacío.
Cariño: pocas veces vas a poder irte con todo. Nos iremos con otras cosas, pero, en muchas, hay que soltar algo. Y no es ser víctima y verdugo, ambos somos gueco y gato en las relaciones.
Y yo quiero soltar la cola para vivir y cuidarme. ¿Tú?
PD. Tras tanta locura, Xangó volvió a presentarse con un gueco el mismo día que enterramos a Muchachito. Este fue rescatado, puesto a salvo y, gracias a dios, no le he vuelto a ver. Parecía más espabilado y en mejor estado. Creo que ha sobrevivido. Él también, sin cola.
2 comentarios
María Luisa
Hola Preciosa, me ha encantado y enternecido «tu cuento».Que bueno¡¡ Todo lo que has sacado de esta experiencia.Gracias por tan hermosas reflexiones.Un besazo: Marisa
Delfina Mieville
Querida, siempre es un placer leerte y con palabras tan bonitas para mí y mi trabajo. Gracias, eres una gran mujer, un gran abrazo.