Sexología
Porno, Porno 2.0. ¿Recurso o adicción?
Dicen, se cuenta, se comenta, que en tiempos de confinamiento ha aumentado el consumo de pornografía online.
‘Porno’ es la abreviatura de pornografía y, aunque con los orígenes epistemológicos nada tiene que ver (porne: prostituta/ prostitución, grafos: escrito), hay grandes debates sobre qué es y qué no es el porno.
Las mal usadas expresiones como “a mí me gusta lo erótico, no el porno”, creo que, a nivel de no-expertos, nos pueden llevar a hacernos un lío. Si hay sexo explícito con genitales de por medio y la trama se centra en ellos más allá de la historia, es porno.
¿Tú lo verías como algo así? De esta manera no sé dónde quedarían Emmanuelle o algunos escritos de lo que llamamos “novela erótica”.
Pero vamos al imaginario colectivo y quedémonos con eso. Me centraré en vídeos cortos (menos de una hora), con las prácticas anteriormente relatadas y con una, dos o más personas.
Hoy elijo no cargar el escrito de política, aunque supongo que tendréis claro que la pornografía es en sí el resultado de una política y una educación sexual determinada.
Lo que era pornográfico para nuestros bisabuelos era muy diferente a lo que es ahora: imágenes en papel de mujeres desnudas que se compartían de manera clandestina o ver un simple tobillo. Compartían con la de ahora cierta cosificación de la mujer (en su mayoría), pero qué duda cabe que dejaban más a la imaginación.
Obviamente, las prácticas no son nuevas, no nos hemos inventado nada: los tríos, el BDSM, las orgías, los lugares… Han existido siempre, con distintas normas, códigos y nombres según épocas más o menos permisivas. Lo que está claro es que nos gusta colocar las cosas para sentirnos cómodos con ellas y que, lo que sí es nuevo, es cómo accedemos a ellas.
Ahora, en el siglo XXI, se juntan varias variables: el capitalismo, la globalización y la tecnología.
- Estamos en una época en la que se tolera cero la frustración. Aún menos las nuevas generaciones, aunque los que llevamos caminando más de 30 años por el planeta estamos igual de contagiados y contagiadas. No sabemos esperar ni sabemos gozar del placer de la espera (ojo, que digo tolerar la frustración, no reprimir).
Hace unos años, cuando sabías que te iban a traer una bici por Navidad, puede que nos deleitáramos pensando ‘será roja e iré por el monte’. O incluso con un helado, salivábamos pensando ‘lo pediré de chocolate y… ¿Y si le pongo pistacho?’ (¡yo lo estoy haciendo ahora mismo!).
Ahora, ‘quiero y tengo’ se unen en un brevísimo espacio de tiempo, y además queda quirúrgicamente separado del placer de compartirlo y del ritual de la espera. Por supuesto, no quiero mitificar el pasado. Serían muy bonitos los paseos durante un año con tu novio hasta darte un beso, pero la represión, la violencia, el machismo y la culpa también venían en el acuerdo.
Lo que ocurre es que ahora consumimos incluso desde el aburrimiento, no porque anhelemos algo en concreto. Me aburro, me compro un donuts. Me aburro, pongo el pornotub* o lo que sea y me masturbo.
- El siguiente punto sería la globalización. La producción y el consumo giran por todo el globo, por lo que quien hizo ‘la cosa’ y tú estáis tremendamente desvinculados. La producción aumenta, y así la vuelta.
- Ahora, la parte más terrenal: no hay cuerpo en la masturbación con porno (en tablet, móvil, o pc), no hay sexualidad ni sensorialidad. Te voy a pedir que visualices la imagen de un hombre o una mujer (en menor medida, aunque con ciertos nuevos aparatitos está pasando algo parecido) sentado o recostado, con una mano sujetando el dispositivo y la otra cerca de los genitales.
Es su ritual, a veces en el ordenador, a veces tumbado. Lo que quiero que veas es que el cuerpo está segmentado en dos: esta persona no ve su cuerpo.
La parte superior no existe más allá de lo visual (un único sentido, que ha sido más potenciado en los hombres) en medio está el dispositivo (que impide literalmente ver el resto) y la mano está completamente localizada en los genitales.
Por lo que el cuerpo, como piel, como receptor infinito de información, de olfato o gusto, queda disociado.
Y sí, el consumo repetido de porno nos disocia. De nosotros mismos. Y atrofia el resto de nuestro ser sexuado.
Yo digo que el porno crea “colesterol sexual”. Esto es, de vez en cuando comer Fast Food (comida basura) tiene su gracia. Que si una hamburguesa de una cadena, que si los dulces de otra… Pero si basamos nuestras comidas en esto tenemos claro que no nos estamos alimentando (es decir, no estamos recibiendo los nutrientes necesarios para nuestro cuerpo y nuestras funciones, pensar, moverme, sentirme, vivir…) y además aumentaremos los tóxicos.
Lo que ocurre es que nos despersonalizamos, y nos intoxicamos (si la práctica es recurrente y con poco de otra cosa) y el resto de nuestra vida sexual puede sufrir consecuencias.
Evidentemente no quiero asustar, pero sí puedo compartir cosas que ocurren un 90% de veces en mi consulta:
– ‘Al no tener percepción de mi cuerpo, hay partes de este que, más allá de los genitales, no están erotizadas’
– ‘Mis genitales están sobreestimulados’
– ‘Tengo un guión cerrado y claro: elijo y descarto. Veo este vídeo, con esta escena y con esta práctica y si me baja la excitación (mal identificada con erección), voy a otra’
– ‘Creo tener claro lo que me gusta’
– ‘Tomo como éxito la descarga y eyaculación, al margen de cómo me quede después’
– ‘Me cuesta tener otros recursos en cuanto a imaginación’
– ‘Me cuesta tener otros recursos solo, para estimular el resto de mi cuerpo’
– ‘La realidad con otro cuerpo es completamente distinta y mi cuerpo no responde como quiero o creo que debería’
Y aquí la parte que más preocupa a algunos chicos: la eyaculación precoz, la eyaculación retardada y la disfunción eréctil.
Yo no soy muy de usar estos términos porque creo que no son disfunciones y que si se planteara un paradigma de placer y no de ‘estímulo – excitación – orgasmo – éxito’ todo iría mejor (y un largo blablabla de cómo hago yo sexología que hoy no viene al caso pero que ahí te lo dejo).
Estos conceptos, en términos más vulgares, serían ‘me corro pronto, no se me levanta, tardo mucho’. Aquí la historia es que estamos pensando que todo esto es bueno o malo en el tiempo porque lo pensamos en el coito – penetración. Unas en tiempo de disfrute, otras en “cumplir” o “durar lo normal”. Y en sexualidad lo normal no existe.
Ahora bien, una sexualidad más completa y consciente implica una consciencia genital mayor.
Si dejas de comer cheeseburger todos los días, igual puedes subir dos pisos sin que te de un infarto.
Obvio que no todo es por el porno y su culpa. Todo está insertado en una sociedad que nos atrofia sexualmente, en la que se inflan unas partes y se atrofian otras, como estos señores de gimnasio con inmensos brazos y mini piernas que luego no pueden atarse los zapatos.
El camino, o uno de ellos, para mí es el trabajo con la conciencia corporal, dedicarse tiempo de calidad, mirar qué creencias tenemos, nutrir la erótica, las cosas que nos dan placer, gusto, lo que nos estimula, la curiosidad.
Y un punto en el que todos y todas flaqueamos es la intimidad con nuestro cuerpo. Ese momento de estar en bolas con nosotros mismos –en todos los sentidos- y ver qué nos ocurre con eso. Y luego, la intimidad y estar en bolas con otro u otra, y qué nos pasa con eso.
Porque el porno, de intimidad tiene poco. Pero eso es otra historia.
La historia que te cuento hoy tiene un camino precioso, del que todos salen más felices. No dura unos minutos ni tiene 4 escenas, dura toda una vida y tiene infinitos paisajes.
Un abrazo,
Delfina Mieville
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